Por fin llegó el mes de agosto y pudimos hacer ese viaje aplazado por el Covid, que nos iba a llevar por varios lugares que desbordaban naturaleza por todos los lados.
Como siempre, existen varias opciones para realizar el recorrido. Nosotros optamos por contratar en una agencia, los hoteles, los traslados y alguna excursión. El resto de visitas, las contrataríamos en el destino (en agencias locales y hoteles).
Después de casi 10 horas de vuelo desde Madrid (con un previo Barcelona-Madrid), llegamos al aeropuerto de San José. En la época de lluvias comienza a anochecer sobre las 17:30 h (en la seca a las 18 h) así que cuando llegamos allí, ya empezaba a caer la noche. Con ese horario, y el "madrugón" del día siguiente, sólo vimos de la capital Tica, el recorrido del aeropuerto hasta el hotel.
Al día siguiente, bien temprano, un autocar nos trasladó hacia la zona de Tortuguero (muelle de la Pavona). Y aquí empezó nuestra primera experiencia. Para acceder a la zona de los hoteles hay que hacerlo con unos botes (lanchas a motor).
No hay circulación rodada. La travesía por el canal, te permite experimentar una primera toma de contacto magnífica con la fauna y la flora del lugar. El guía estaba atento y nos iba indicando los animales que se movían por los árboles.
Pasados unos 45 minutos llegamos a nuestro hotel-lodge, un magnífico complejo de habitaciones separadas en plantas bajas, que se integraba perfectamente en el lugar. Tanto que podías ver en el mismo hotel iguanas, sapos y otros animales.
Esa misma tarde nos llevaron al pueblo de Tortuguero. Se trata de un pequeño poblado de casas bajas de madera y uralita. Básicamente es una calle de 1 km de longitud, sin apenas servicios. Eso sí, si quieres tomar una piña colada, o beber el jugo de coco en un puesto callejero, no tendrás problemas.
Nos llamó la atención los altos precios de la zona. Durante el viaje pudimos comprobar que era así en todos los lugares de Costa Rica. Curioso teniendo en cuenta los bajos sueldos de la población en general.
Al día siguiente por la mañana, después de un típico desayuno en el hotel, hicimos un recorrido por los canales de tortuguero "pasado por agua". Durante gran parte del trayecto nos cayó una tormenta increíble. A pesar de ir con botas de montaña y chubasquero largo, acabamos empapados.
Por suerte hubo alguna tregua y pudimos ver caimanes, monos, basiliscos, iguanas y varias especies de pájaros.
Después de comer, y ya sin esa lluvia incesante, un rato de relax en la piscina, que para algo estábamos de vacaciones.
Ya por la noche, fuimos a una de esas excursiones que no te puedes perder en Costa Rica en esta época del año. El desove de una tortuga. Como son animales protegidos, se tiene que hacer en pequeños grupos y con un guía. No te garantizan que lo vayas a ver, porque la naturaleza es lo que tiene...pero tuvimos suerte y encontramos a una que estaba en pleno proceso. Resultó una gran experiencia ver como soltaba los huevos, en un agujero que había excavado anteriormente, y luego como, con gran esfuerzo, los tapaba. Por cuestiones de tiempo tuvimos que marcharnos antes de que volviera al mar. Cuando ya salíamos, vimos otra tortuga que salía del agua, pero ya no nos pudimos quedar a verla. Estaba prohibido hacer fotos y videos.
Debido a este proceso natural, también está prohibido acceder a las playas en las épocas de desove, desde las 18 h hasta las 5:30 del día siguiente.
El día siguiente lo dedicamos sobre todo al traslado, la contratación de excursiones y el relax.
Primero el traslado en la lancha hasta el muelle, esta vez sin paradas para ver la fauna local. A continuación un recorrido de 1h 30' en autocar, hasta un restaurante "típico" y finalmente otra 1h 30' hasta nuestro destino en Arenal, cerca del volcán que lleva el mismo nombre. Del restaurante al hotel hicimos el trayecto en miniván. El conductor hizo un alto en el camino y compró una bolsa de mamones, una fruta parecida a la uva, que solo he visto en ese país. Nos dio a probar a todos los pasajeros.
Ya en arenal, aprovechamos para contratar un par de excursiones y para dar un paseo por los alrededores del hotel.
La mañana del quinto día fue muy parecida a las otras. Muy nublada y amenazando lluvia. Las vistas desde la habitación eran fantásticas, pero unas nubes bajas impedían observar la cima del volcán (por suerte más adelante se despejó y pudimos verlo).
Como consejo decir, que el uso de prismáticos me parece imprescindible en este tipo de viajes.
Nuestra primera actividad era un recorrido, sin mucha complicación, por uno de los senderos que transcurre cerca del volcán. Llegar hasta la cima está prohibido. La ruta transcurre por una zona selvática y se adentra luego por una de las coladas de lava que dejó el volcán, tras su época más activa en el año 1968.
Las vistas son impresionantes. Allí vimos por primera vez unas plantas, que cierran sus hojas cuando las tocas, las mimosas.
También pudimos ver una pequeña plantación de café.
A continuación hicimos la excursión a la catarata de La Fortuna. Tras un tramo de escaleras (530 escalones), nada recomendado para personas con movilidad reducida, llegamos a la base de este salto de agua de 70 m. Como en la zona del volcán, hay que pagar entrada para acceder a ella. Aunque el agua estaba fría, bañarse en ese lugar paradisiaco es imprescindible para elevar la experiencia a nivel top.
Después de esto, otra comida "típica", que ya nos estaba empezando a cansar, y de vuelta al hotel. El resto de la tarde disfrutando de la piscina y jacuzzis del hotel, con la imagen de postal del volcán, de fondo.
En el ecuador del viaje, iniciamos el traslado a uno de los lugares que más nos gustaron, Monteverde.
Para llegar allí utilizamos tres transportes.
Primero una miniván que nos llevó a orillas del lago Arenal, un embalse artificial de 87´8 km cuadrados (30 km de largo y 5 km en su parte más ancha). Luego tomamos un barco pequeño, tipo "golondrina" de Barcelona para cruzar el lago a lo largo. Es un agradable y relajante paseo en el que puedes disfrutar tranquilamente del paisaje.
Finalmente otra miniván, que nos llevó por las carreteras más sinuosas y llenas de baches que habíamos visto hasta entonces. ahí pudimos comprobar la dureza de los coches costarricenses.
Nuestro hotel de Monteverde estaba en medio de la nada, rodeado de naturaleza por todas partes. Al levantarte por la mañana, después de una noche de silencio absoluto, lo primero que veías era el bosque y los pájaros volando. Incluso un colibrí se puso a comer un rato delante de nuestra terraza.
Dentro de las mismas instalaciones hay un recorrido de 1 km donde, entre otros animales, pudimos ver monos y mariposas del tamaño de una mano.
Como el día de llegada no teníamos ninguna actividad prevista, preguntamos a la recepcionista del hotel qué podíamos hacer. Con gran acierto nos recomendó que fuéramos al "valle escondido". Hicimos allí un recorrido fácil, aunque con muchas subidas y bajadas, que nos gustó mucho. En todo el camino no nos encontramos a nadie, sólo animales, vegetación, saltos de agua y unos magníficos miradores.
Todo eso después de comer en uno de los sitios donde más nos gustó la comida, a la entrada del valle.
Y llegamos ya al séptimo día. Por la mañana otro recorrido muy interesante por los senderos y puentes colgantes del bosque nuboso. Es un circuito de pago de 2'5 km que se puede hacer por libre, que fue nuestro caso, o con guía. En cualquiera de las opciones hay que pagar entrada.
Después de comer nos quedamos por la zona del hotel y aprovechamos para hacer algunas compras. Como todo en Costa Rica, carísimo. Esa misma noche cenamos en un restaurante muy acogedor y con música en vivo, el Nativo Restobar.
Al día siguiente, por unas carreteras repletas de curvas y con socabones constantes, llegamos a Quepos, cerca del P.N de Manuel Antonio, donde estaba nuestro alojamiento. Esta es la zona más animada que habíamos visto hasta entonces, con tiendas, supermercados, restaurantes...
Por la tarde nos dedicamos a visitar el pueblo y la zona de los alrededores, incluído el puerto, muy moderno y muy parecido a otros que hemos visto por Europa. Decir como curiosidad, que este lugar está lleno de iguanas paseando y tomando el sol a sus anchas.
El antepenúltimo día por la mañana fuimos al Parque de Manuel Antonio. Es aquí dónde vimos muchos de los animales más sorprendentes del viaje: perezosos, monos que se acercaban a los turistas, serpientes venenosas, ranas...eso sí, gracias al guía que nos enseñaba donde encontrarlos y a los prismáticos que llevábamos (el guía también llevaba un telescopio).
Después de la ruta, un par de horas para disfrutar de las templadas y cristalinas aguas del Pacífico, con un ojo en las mochilas para que no se las llevaran los monos.
La tarde fue de relax en la piscina del hotel.
El día antes de volvernos también fue muy tranquilo, paseando cerca del hotel, y descubriendo otros lugares de gran belleza.
Ese día fuimos a comer a un restaurante italiano con la comida muy buena. Ya estábamos un poco hartos del "gallo pinto" (un arroz con frijoles que te servían cada día en el desayuno) y de otras comidas típicas.
El último día ya fue para preparar las cosas, ir al aeropuerto...y de vuelta a casa.
En esta ocasión, tampoco me llevé ropa para ir a correr...aunque tampoco vi lugares muy adecuados para hacerlo.
Pura Vida!!!
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