Pues otra vez estábamos Goyo y yo en busca de otra experiencia runner en forma de media maratón. El destino elegido, el vecino país galo.
Al estar relativamente cerca optamos por ir en coche, así también podríamos hacer alguna visita a los pueblos cercanos, y es que una media maratón te da mucho más tiempo para el turismo.
Llegamos a mediodía a causa de una retención en la autopista, así que buscamos un sitio para comer, y acto seguido a por el dorsal. Fue aquí donde nos dimos cuenta por primera vez, que en Monpellier le ponen más ganas y entusiasmo que coherencia a la hora de organizar carreras.
No era la típica feria del corredor. Solo había algunos stands y ya está. Curioso el hecho de paralizar la ciudad dos días consecutivos en unas pruebas deportivas.
Ya por la tarde nos dedicamos a recorrer Montpellier. Pudimos ver los lugares más turísticos: la plaza de la comedia, la promenade Peyrou, la catedral de Saint Pierre, el arco de triunfo y el casco histórico.
Por la noche carga de hidratos en un restaurante italiano, en el peculiar barrio de antígona...y al hotel a descansar.
La carrera
El día amaneció lluvioso. La salida estaba a poco más de 1 km del hotel, así que llegamos enseguida. Una vez dejada la mochila nos dirigimos al inicio de la carrera, y otra vez el caos. Gente y más gente intentando llegar a la salida por pasos estrechos. Llegamos justo cuando íbamos a salir. Y desde aquí, todo una auténtica aventura hasta la meta.
Empieza la carrera. El primer km es cuesta abajo, entre adoquines y baldosas resbaladizas y sorteando los railes de las vías del tranvía y los socabones del suelo, así que el objetivo no es coger ritmo, es no matarse. Y a partir de aquí, te olvidas de los ritmos de carrera y empiezas a correr, como dice mi amigo Rafa, sobre la marcha, ya que te encuentras duros repechos, giros inesperados, bajadas locas, cambios de terreno (asfalto, tierra, caminos en mal estado, pivotes, bordillos...). De esta manera empiezo a correr en ritmos entre 4'30" y 4'45", pero tampoco me importa mucho la marca. Llevo unos meses entrenando mal, a causa de dos lesiones consecutivas y no se le pueden pedir peras al olmo si combino todo este cóctel. Me pregunto como le estará yendo a Goyo.
Otra cosa que dificulta la carrera son los avituallamientos. Son vasos de plástico duro y, si quieres beber, tienes que andar prácticamente.
Curioso es que la anuncien como una carrera urbana, cuando apenas corres por la ciudad. Pero no viví todo esto como algo negativo, ya que el hecho de poder correr, y hacerlo en otro país, es ya todo un premio. Además algunos tramos son espectaculares, como cuando pasas entre viñas.
Y los km fueron pasando, hasta que en el km 18, en un giro, no vi un bordillo y me fui al suelo. Por suerte fue una caida sin importancia y apenas me hice unos rasguños y algun golpe leve. Lo peor del recorrido el tramo final, ya que aunque es donde más público hay, es todo cuesta arriba y con un suelo que resbalaba muchísimo. Por fin los últimos metros vuelven a ser casi llanos y con el arco de triunfo como meta. Otra más para la saca!
Al final una marca discreta, 10 minutos peor que en Jerez, pero contento por el simple hecho de haberla corrido (1h 37'). Enseguida me encuentro a Goyo, que ha hecho una buena marca también, dadas las circunstancias (1h 43').
Con el frío en el cuerpo, volvimos al hotel y sin perder un minuto, seguimos con nuestro recorrido.
Sète
Sète es un destino costero del sur de Francia con más "tirada" en verano. Situado entre el mar Mediterráneo y el lago Thau, este pintoresco puerto tiene unos canales que le dan un aire muy especial, y pasear por sus puentes y muelles es una buena actividad por sí sola, aunque la lluvia que caía no nos acompañó. Hay varios lugares para degustar sus conocidas ostras y otras delicias gastronómicas. Además, Sète alberga en otras fechas, numerosos festivales de música, arte y poesía, lo que lo convierte en un lugar ideal para quienes buscan cultura y mar en un mismo sitio. Hay un aparcamiento gratuito cerca del centro.
La anécdota del día fue que el coche dio aviso de "rueda con poca presión de aire". Goyo y yo nos pusimos empapados en la gasolinera donde queríamos poner el aire, y encima la máquina no funcionaba. Por suerte, aunque ya empapados, logramos hinchar la rueda en la siguiente estación de servicio.
Aigues-Mortes
Aigues-Mortes es una joya medieval en el sur de Francia, situada en plena Camarga. Rodeada por imponentes murallas perfectamente conservadas, esta ciudad fortificada parece sacada de un cuento. Pasear por sus calles empedradas es como viajar en el tiempo. Se puede pasear por sus murallas, pero con el tiempo que hacía ni nos lo planteamos. Además, el ambiente tranquilo, los pequeños cafés y tiendas artesanales hacen de Aigues-Mortes un bonito lugar para desconectar y empaparse de historia, cultura y belleza natural.
Hay que dejar el coche en un parking de pago.
Saint-Guilhem-le-Désert
Dicen que es uno de los pueblos más bonitos del sur de Francia. Está escondido entre montañas en un paisaje natural espectacular. Su encanto medieval está intacto: calles empedradas, casas de piedra y una paz que envuelve todo. El corazón del pueblo es la magnífica abadía de Gellone, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Visitar Saint-Guilhem-le-Désert es como abrir una ventana al pasado, en un entorno que inspira calma. Lo malo es que tanta tranquilidad había, que ni siquiera encontramos un sitio para desayunar. Un lugar parecido en España, tendría como mínimo un par de bares para comer.
Si lo quieres visitar sólo tienes la opción de dejar el coche en un parking de pago.
Pézenas
Es un encantador pueblo, famoso por su rica herencia artística y su ambiente bohemio. Conocido como "la ciudad de Molière", conserva un casco antiguo lleno de callejuelas adoquinadas, edificios renacentistas y talleres de artesanos que le dan vida y color. Es un destino ideal para los amantes del arte y la historia. Cada rincón guarda una sorpresa: galerías, anticuarios y pequeñas plazas donde disfrutar de un café al sol (aunque en nuestro caso, sol muy poco). Su mezcla de patrimonio y creatividad lo convierte en un lugar perfecto para descubrir sin prisa. Es cuestión simplemente de callejear y dejarte llevar.
Es necesario dejar el coche en un parking de pago.
Y esto es lo que nos deparó esta salida por el sur de Francia...y ya pensando en la próxima.
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